Revista Digital de El Quinto Hombre
LA CURA POR HIERBAS ENTRE LOS HEBREOS
Por Luis Lagrife
El manjar que llegó del cielo para alimentar al pueblo
no fue un milagro. Mas sí una consecuencia de la riqueza y fertilidad
de la tierra de los hebreos. En tiempos bíblicos los hombres conocían
todos los secretos de las plantas. El vino de dátiles curaba los cólicos,
el aceite de azafrán, los dolores de cabeza. Los higos eran buenos para
las hemorroides y el hisopo era un sedativo estomacal.
Los diversos países de los
hebreos: Judea, Samaria, Galilea, Fenicia, etc., fueron siempre considerados
tierras de gran fertilidad. Con el correr de los tiempos fueron transformadas
por los pueblos semitas (nómades que se volvieron agricultores sedentarios),
en verdaderos graneros de abundancia, en regiones fabulosas de "aceite
y de miel".
Esa descripción es justa pero
uno poco limitada. Al lado de las flores, fuentes de miel y olivos productores
de aceite, las diversas provincias que constituían la patria del pueblo
de Israel, poseían una gran cantidad de recursos vegetales, que iban de
los grandes árboles hasta las más pequeñas plantas, sobre todo hierbas
aromáticas en grandes cantidades.
En la tierra de Caná, la naturaleza
presenta variados aspectos. Si nos dirigimos del mar en dirección al Este,
encontramos planicies costeras -planicie de Saron, planicie de Esdrelon-,
algunas colinas y pequeñas montañas, enseguida un valle estrecho por donde
corre el río Jordán, un pozo profundo -el Ghor- y una depresión: el Mar
Muerto.
De norte a sur se van alternando
valles y planicies, un conjunto de planicies elvadas que se diferencian
por el clima. Al norte encontramos la dulce Galilea, bañada de ríos y
dominada por las montañas del Líbano; en el centro Samaria, fecunda y
rica en torrentes; al sur, Judea, tierra seca que anuncia el desierto
de Neguev.
Todas esas regiones tienen
un aspecto en común: una admirable luminosidad, una claridad fantástica,
especialmente en primavera, anuncio de cosechas abundantes como nos dice
la Bíblia: "es que el invierno llega al fin; la lluvia cesó y las flores
brotan de la tierra; la higuera balancea sus frutos verdes todavía y la
vid en flor exhala su perfume".
La Tierra Prometida de los
hebreos es un país admirable. La flora es rica y los recursos vegetales
extremadamente variados.
Encontramos millares de flores:
raiúnculos, centaúreas, malváceas, escoviñas, amapolas, madreselvas y
las más bellas de todas: la rosa, el lirio y la anémona.
Arbusto: laurel, tamarindo,
murta, pistácia, terebinto y zimbro.
Árboles forestales: Cedro,
ciprés, pinos, plátanos, y sicomoro; árboles frutales: olivas, higueras,
granado, almendro, naranjos.
Planta aromáticas: romero,
timo, hinojo, hisopo, mirra.
Plantas medicinales: lino,
algodón, aloe, amapola, rincio, y naturalmente todas las especies de cereales
conocidas en la antigüedad: trigo moreno, cebada, mijo.
La Biblia menciona esas riquezas
en cada página y por medio de ellas conocemos el Monte de los Olivos,
el Jardín de los Bálsamos, el jardín de las Aromas y el de Salomón, donde
crecía una gran cantidad de árboles, arbustos y de plantas; algunas eran
cultivadas por su belleza o por el perfume de sus flores, otras para servir
de alimentos o para el ejercicio del culto.
Además de las especies indígenas,
había plantas aromáticas provenientes de Asia, Tíbet, de la India y de
Arabia. En las ciudades y en los puertos, el comercio era intenso: allí
llegaban caravanas portadoras de seda y especiaria.
Tiro, verdadera encrucijada
entre el Oriente y el Occidente; los hombres de Judea llevaban el Bálsamo,
mirra y el incienso. Los de Deda, llevaban el palo de ébano y la casilla,
mientras que los comerciantes de Sabá negociaban allí diversas plantas
aromáticas venidas de los misteriosos países del Pute y del Ofir (Ezequiel,
XXVII, 2).
Cuando la reina de Saba visitó
a Salomón pensaba sorprender al gran rey con perfumes que le presentaba
"que nunca habían sido tan preciosos y de tan buena calidad", quedó sorprendida
con su sabiduría: Salomón le reveló su conocimiento como un verdadero
botánico. Había efectuado una clasificación de árboles, los arbustos y
las hierbas. La Biblia nos informa que él resumió en un libro todos sus
conocimientos, "hablando sobre todas las plantas, desde el cedro del Líbano
hasta el hisopo que salía de los muros" (Ris, I. IV,33).
Con una flora tan generosa,
los recursos eran abundantes y los hebreos los aprovechaban tanto en la
alimentación y en la terapéutica, como en el ejercicio del culto.
ARBOLES LEGENDARIOS.
Como todos los países de Asia
Occidental, lugar de origen de los cereales, que brotan allí en estado
salvaje, las regiones ocupadas por los hebreos desde Palestina hasta Eufrates,
fueron siempre muy ricas en cereales.
Encontramos ahí el Kittah,
especie de gramínea semejante al trigo; trigo menudo y moreno, llamado
Koumeneth; el sehorah, cebada que era tan abundante, que servía de alimento
a los caballos de Salomón guardados en la famosa caballeriza de Meggido.
El más importante de esos
cereales era el doknam, el mijo o sorgo, el cereal por excelencia del
pueblo hebreo.
Aunque no estuviesen cubiertas
de florestas, las tierras de los hebreos tenían árboles legendarios que
cubrían las montañas de Hermon y las colinas de Carmelo; otros se extendían
por las y por los oasis del interior.
La existencia de esas florestas
es conservada en la Biblia. Además estaba el cedro, al respecto del cual
hay un pasaje de Ezequiel que nos hace una descripción real: "sus gajos
eran bellos y su follaje espeso; era muy alto y su copa se levantaba entre
los gajos cerrados".
Otro árbol característico
de Palestina era el ciprés -o berosch-, admirable por su altura, su forma
erguida y su follaje siempre verde y cuya presencia expresaba una imagen
familiar a la tierra de Caná, especialmente en Galilea. El cedro y el
ciprés eran según Isaías, "la gloria del Líbano".
La madera dura de esos árboles
impregnada de resina, era considerada imputrescible. Servía de material
para la carpintería y fue utilizada en la construcción del templo de Salomón
y en la construcción de la gran flota del rey en busca de especies de
los países distantes de Pute y del Ofir. Dotada de propiedades balsámicas
y antisépticas, esa madera fue utilizada para los servicios religiosos
y la medicina.
Otro árbol muy común en Israel;
sicómoro (higuera de fruto pequeño), o shikmah del Libro de los Reyes.
El sicómoro, que se parece a la higuera por los frutos y a la mora por
las hojas, era común en Egipto donde era denominada "la higuera del Faraón",
siendo utilizada en la fabricación de los sarcófagos. Fue de Egipto que
los hebreos lo llevaron a Palestina. Árbol de las planicies y de los oasis
del desierto: la palmera. Era muy común en diferentes regiones de Palestina,
especialmente en Jericó, que era llamada por eso "la ciudad de las palmeras".
Todas las partes de la palmera eran utilizadas: las hojas y el tronco
servían para construir cosas, los frutos daban un aceite muy valioso para
los hebreos. Entre los otros árboles, estaba el pino-silvestre, pino y
plátano en tan gran cantidad que el profeta Isaías decía: "la belleza
del Líbano gira en tu dirección; el ciprés, el pino y el plátano adornan
el lugar que me fue consagrado". Estaba tan bien el intenso tamarindo,
que mantenía las tierras y las arenas firmes, gracias a las raíces profundas
y numerosas y a la sombra del cual los agricultores se resguardaban del
sol. Además de los árboles forestales de mirra, acacia, todos repletos
de resinas aromáticas y de gomas.
Citemos al rocío, el acebo,
y el ricino, que poseía en galilea el porte de un árbol, cuyas hojas largas,
siempre verdes, brindan una sombra agradable debajo de la cual se abrigó
el profeta Jonás
.
La Biblia menciona dos arbustos;
el sauce, que era para los hebreos símbolo de tristeza, porque le recordaba
el cautiverio de Babilonia, y el otro, el atad, era un pequeño arbusto
lleno de espinas, cuyas ramas sirvieron a los judíos para hacer la corona
de espinas de Cristo.
LOS FRUTOS AFRODISIACOS
Palestina era todavía más
rica en árboles frutales, tan bellos y numerosos que los egipcios quedaron
sorprendidos, y el Faraón Tutmés, maravillado con el espectáculo, mandó
a pintar en el templo de Carnaque un fresco representando uvas y granadas
entrelazadas. "La Tierra Prometida -dice el Deuteronomio- es un país rico
en uvas, higos, granadas; y los enviados de Moisés al valle de Cacho,
admiraban un ramo de parra del cual pendía un racimo de uvas entrelazadas
con higos".
Las laderas de Carmela, las
colinas de Efrain y la planicie de Jericó estaban cubiertas de olivos
-o zaith-; símbolo de la sabiduría, de la paz y de la prosperidad. Esos
árboles brindaban aceite en tal cantidad, que Salomón distribuyó 200 medidas
entre los encargados de cortar los cerdros del Líbano. Ese aceite precioso
entraba en la preparación sagrada del culto, como en la alimentación y
en las drogas farmacéuticas.
Las higueras -o teenah- era
una de las principales fructíferas de la Tierra Prometida. Según la tradición,
sus hojas cubrían la desnudez de Adán y Eva. Sus frutos sabrosos eran
muy apreciados y parte integrante de la alimentación de los hebreos. Los
higos secos eran utilizados en la medicina y sirvieron especialmente a
Isaías para curar a Ezaquías de una úlcera dolorosa. La vid -gephen- era
considerada un símbolo de la generosidad divina y el jugo de una uva servía,
tanto para saciar la sed, como para curar enfermedades de los pulmones,
de los riñones y de la vejiga.
La granada era uno de los
siete frutos de la Tierra prometida que ornamentaban los hábitos del gran
sacerdote.
Otro árbol frutal que superaba
a todos los demás por su belleza: el almendro -shaked- que significaba
en hebreo "el vigía", denominado así por el hecho que florece al principio
de la primavera, antes que las hojas, y considerado por Jeremías el símbolo
de la benevolencia divina: "¿qué ves Jeremías? -veo un ramo de almendros.
Y Iavé dice -tú viste bien, estoy atento para cumplir mi promesa"
(Jeremías 1.9.12).
La belleza de las flores de
los almendros, solo es igualada por el agradable perfume de los naranjos
-tappuah-, tan suave y tan dulce que el Cántico de los Cánticos lo compara
al perfume de la amada: "y el perfume de su boca será como el de los naranjos".
No debemos olvidar el duodamin
de la Biblia, probablemente la mandrágora, cuyos frutos atribuidos a la
región de Sodoma, poseían virtudes afrodisíacas, tal vez en razón de su
etimología derivada de "dod", amor.
Finalmente citemos al algarrobo,
uno de los árboles más comunes de Judea, que entro probablemente en la
parábola del hijo pródigo, cuyas vainas suculentas y dulces eran parte
habitual de la alimentación.
PLANTAS PROVENIENTES DE
EGIPTOS
Además de los cereales y los
árboles frutales, los hebreos poseían algunas legumbres que eran cultivadas
en las huertas que sirvieron de origen a muchas leyendas que se cuentan
hasta hoy.
En principio, citemos el adashim,
una legumbre que los traductores de Vulgata denominaron "lentejas", que
era antes una especie de algarroba. Esa legumbre era tan abundante que
servía de alimento a los rebaños. Los hebreos le daban mucha importancia
y en la Bíblia, fue por un plato de lentejas que el primer derecho de
primogenitura fue vendido por Esaú a su hermano Jacó. Muerto de hambre,
sabiendo apreciar las lentejas, Esaú no vaciló en sacrificar su
derecho sagrado por un plato de adashim (Génesis, XXV).
La haba -o pol- del Antiguo
Testamento, era conocida por lo menos mil años antes de Cristo y figuraba
entre los presentes ofrecidos a David por Machir y Bezelai. Esa haba era
cultivada en las planicies de Galilea y entraba en la composición del
pan sagrado con que Dios ordenó a Ezequiel alimentarse durante un año
entero en señal de aflicción. Además de las legumbres feculentas, las
planicies del litoral producían plantas aliáceas, sobre todo el ajo, que
Booz daba a los segadores para fortalecerles el físico.
Otras plantas aliáceas eran
bien representadas por las cebollas dulces, muy apreciadas por los hebreos,
y sobre todo la pequeña echalota, originaria, según Heródoto, de la ciudad
de Askalon, donde nacía espontáneamente.
Había otras legumbres más
comunes, como el ajoporro, el pepino, y la sandía, que sació la
sed de los hebreos en el cautiverio de Babilonia.
Ellos conocieron todas esas
plantas leguminosas en Egipto, y sintieron la falta de ellas durante su
travesía en el desierto, después de haber dejado el país del Faraón:
"Recordamos -decían los hijos
de Israel a Moisés- el camino de la Tierra Prometida o del ajo, de la
cebolla, de los ajos silvestres o del pepino que nos comíamos en Egipto
sin costarnos nada" (Números, XI, 5).
Al llegar a Palestina los
hebreos plantaron esas legumbres en grandes extensiones de tierra, y construían
cabañas en medio de las plantaciones, para evitar los robos y daños causados
por pájaros dañinos. De ahí la comparación curiosa hecha por Isaías de
esas cabañas semejantes a las casa de Jerusalén: "La Hija de Sian es dejada
en medio de la viña, como una cabaña, en un campo de pepinos" (Isaías,
1,8).
Las verduras brotaban espontáneamente
antes de ser cultivadas; eran parte de las "plantas amargas" que los hebreos
debían comer durante fiestas de Pascua, como el cordero; esas verduras
comprendían la lechuga, la achicoria, la urga y el berro.
HIERBAS AROMÁTICAS.
Una de las plantas leguminosas
más famosas era la mostaza, cuyos minúsculos granos fueron escogidos por
Jesús como tema de una de sus más bellas parábolas. Como esos pequeños
granos, el reino de Cristo, pequeño al principio, se volvería poco a poco
la mayor familia del mundo.
En fin, debemos recordar el
maná, ese alimento milagroso que Dios hizo caer del cielo para alimentar
el pueblo elegido durante la larga caminata en dirección a la Tierra Prometida:
"y cuando se evaporó el rocío que cayera, había en el desierto una cosa
fina semejante a escamas, fina como la helada sobre la tierra" (Exodo,
XVI, 14). ¿Cuál era la naturaleza de esa preciosa sustancia vegetal que
sorprendió a los hebreos y por eso mismo le dieron el nombre de "manne",
que viene a ser "qué es eso"?. Hoy en día se cree que el maná, semejante
a los granos de culantro, era constituido de líquen comestible o provenía
de tamarisco cuyo jugo era una especie de goma. Sea como sea, los judíos
recogieron el maná que caía del cielo como una lluvia providencial, transportado
por el viento a largas distancias.
País de aceite y de miel,
la tierra de Caná era también una región de plantas aromáticas.
Además del incienso, que venía de Arabia en caravanas, había una cantidad
de otros árboles, arbustos y plantas aromáticas.
Se encontraban ahí el árbol
de mirra, cuya resina entraba en la preparación del ungüento sagrado,
como el vino amargo que fue dado a Jesús (Marcos, XV, 23). Una especie
vecina, el balsamun gilead, tenía un papel importante en la preparación
de los perfumes religiosos.
También estaba el stirax,
mezcla de diversas resinas; el ládano proveniente del cisto, o nardo,
la acasia, la caña perfumada; todas las plantas daban resinas destinadas
a la preparación de perfumes.
La presencia de las especies
prueba que los hebreos por intermedio de los fenicios, comerciaban con
la India y tal vez con la China. Entre las especies, la canela era la
más importante. Con ella Moisés preparaba el aceite (óleo) sagrado, según
orden divina.
Venían enseguida las hierbas
aromáticas conocidas en todos los países del Oriente: el silicio, el coentro,
la menta (los judíos usaban para purificar el aire) el aneth, el comino,
el romero, cuyas flores tomaron el color azul del cielo cuando la Virgen
María descansó cerca del macizo y colocó ahí su manto.
Estaba todavía el timo, la
mejorana, el laurel, símbolo eterno de la gloria; el azafrán, tan bello
que cubría las planicies de Israel como un tapete dorado y tenía un perfuma
tan agradable que perfumaba todo el jardín de Salomón.
En otras regiones eran las
rosas de Jericó y las anémonas que cubrían el país con un tapete púrpura,
y los lirios, símbolo de gracia y de la belleza según el Cantar de los
Cantares y que adornaban los capiteles de las columnas del templo.
No siempre el país de los
hebreos fue una tierra de aceites y miel. Cuando llegaron a la Tierra
Prometida, los hijos de Israel se quejaban de encontrar solo tierras áridas:
"¿Por qué tú nos mandaste en buena hora de Egipto, Señor, para conducirnos
a regiones estériles donde no crecen las higueras, las vides, ni las granadas?".
La profusión de riquezas vegetales
no era don de la naturaleza; fue preciso que los hombres trabajasen los
campos. Desde su instalación en el país, los hebreos trabajaron la tierra;
aprovechando las lecciones de agricultura y de irrigación en el país,
que sus antepasados habían recibido de Babilonia, ellos se entregaron
en cuerpo y alma a los trabajos agrícolas, que fueron siempre unas de
las mayores preocupaciones de los reyes y los profetas. Innumerables pasajes
de la Bíblia nos proveen indicaciones al respecto de los métodos de plantación
y de cosecha:
"¿Cuando el labrador ara el
campo, no acostumbra a sembrar nigela, o comino, o el trigo y la cebada
en un lugar apropiado?" (Ezequiel, XXVII, 25, 27).
Gracias al trabajo de todos,
las cosechas fueron abundantes: "Isaque cosechó el centuplo" (Génesis,
XXVI).
El Cántico de Débora nos describe
la manera de cómo era hecha la cosecha: con la mano izquierda el agricultor
aseguraba las brazadas de cereales, y con la otra la siembra, gesto característico
de todos los tiempos.
Luego las espigas eran cortadas
y desgranadas en el lugar por los bueyes: "Tú no pondrás una hociquera
en el buey que te golpea el trigo", y el antiguo derecho de respigo nació
sin duda en Palestina, observado casi religiosamente por los hebreos,
pueblo caritativo. Los cereales y lo óleos representaban un papel preponderante
en la alimentación y constituían la base esencial. Antes que inventaran
el pan, la alimentación de los hebreos presentaba una forma primitiva:
se formaba con granos asados, como leímos en el libro de la Rute, 2, 14:
Ella se sentó al lado de los segadores; le dieron granos asados, que ella
comió hasta saciarse". Y en los Evangelios vemos a Jesús y sus discípulos
recoger en los campos espigas de cereales, desgranándolas con la mano,
y comer los granos sin ninguna preparación.
El pan primitivo, bollo más
exactamente, era hecho con una masa de harina de trigo y de cebada a la
cual en los tiempos de carestía, los hebreos agregaban habas y ervilla
(algarroba). La flor de la harina era reservada a la fiesta de Pascua;
los mujeres le agregaban aceite para darle consistencia y hacían bollitos;
"Hacen con la flor de la harina de trigo bolos sin fermento y rociados
con aceite". El aceite estaba en todas las preparaciones culinarias: "Cuando
Moisés consagró a Arao, él ofreció a Iavé bollos y masa con aceites".
Oleos de todas las especies:
de oliva, sésamo, coco, entraban en la preparación de las legumbres que
los hebreos consumían cocidas en forma de sopa, o crudas. Heródoto nos
cuenta que bajo la pirámide de Kéops se podía ver la cantidad de ajo y
seguros que los judíos habían consumido durante la construcción.
Los condimentos, a su vez,
eran utilizados para favorecer la fermentación de la masa, para dar gusto
a los alimentos y mejorar el sabor de las legumbres.
El sazonamiento le daba más
variedad al sabor de los alimentos y confería propiedades estimulantes.
Era una señal evidente de alta civilización.
Más tarde en Roma, por otras
razones, los hebreos no tenían médicos y el arte terapéutico fue casi
inexistente. La medicina era esencialmente divina y se basaba en un concepto
sobrenatural: "El Eterno es el único médico, al mismo tiempo distribuidor
del bien y del mal. El Señor envía enfermedades y el señor las cura".
"Tú eres mi maestro y mi médico",
dirá posteriormente el Talmud.
En vista de esto la medicina
y la terapéutica estaban reducidas a la expresión más simple y el papel
del médico, más exactamente del sacerdote, era apenas secundario.
"No es ni una hierba ni un
remedio aplicado sobre las llagas que cura a los hombres, es vuestra palabra,
oh! Señor, que cura todas las cosas" (Duet, XVI, 12).
NUEVA MEDICINA
Durante mucho tiempo, la medicina
hebraica se limitó a algunos preceptos higiénicos, las dietas,
los baños, las purificaciones hechas con plantas aromáticas representaban
el principal papel.
En el tratamiento de la lepra,
el enfermo era purificado siete veces con aceite de cerdo y de hisopo.
Fue después del retorno de
Babilonia, bajo la influencia de los sacerdotes y de los magos caldeos,
que surgió una ciencia empírica judía que utilizaba hierbas aromáticas:
"Dios hizo que la tierra produjera medicamentos y el sabio no debe despreciarlos"
(Ecles, XXXVIII, 1, 7, 9).
Poco a poco esa nueva medicina
sustituyó a las antiguas prácticas mágicas de los sacerdotes babilónicos.
Además del vino hecho de uvas,
el vino de los dátiles era utilizado contra los problemas intestinales
y los dolores de garganta, de la misma forma que algunos óleos y jugos
extraídos de algunas plantas aromáticas, a las cuales los hebreos atribuían
algunas propiedades.
Entre los óleos, los más usados
eran los de laurel, narciso, y azafrán, que eran indicados contra los
dolores de cabeza.
Para combatir el calor y el
sudor, los hebreos recurrían a lavados y refregaban su cuerpo con aceites
perfumados. Esos aceites balsámicos eran tan apreciados, que Salomón los
comparaba al amor fraterno.
El óleo del sésamo era recomendado
contra la amigdalitis, y el de ricino contra el estreñimiento.
Las frutas poseían un papel
importante en el arte de la medicina. Los higos curaban las hemorroides,
las granadas servían de vermicida, la algarroba se indicaba contra la
disentería y los cólicos de estómago.
Además de estos había otros
productos medicinales. El hisopo, la planta sagrada, era utilizada como
sedativo estomacal, antiséptico y germicida; gracias a sus propiedades
narcóticas, era molida con vinagre en la preparación de un veneno, destinado
a los condenados a muerte; la mandrágora facilitaba la concepción y disminuía
los dolores del parto; el comino era empleado contra la hemoptísis; el
aloe como purgante.
El selo de Salomón, era un
estimulante tan grande que el rey lo usó para ovalar las rocas
destinadas a la construcción del templo; el marrubio, una de las cinco
plantas amargas, daban excelentes resultados contra la tos y dolencia
de los bronquios. Finalmente, el ajenjo era un poderoso paralizante. Las
plantas aromáticas entraban también en esa terapéutica fitoterápica. El
basílico era un antiespasmódico; el culantro, un estimulante; el romero
y el timo eran tónicos; el laurel, contra las mordidas de cobras, y la
canela (el más precioso de los condimentos) era utilizada para facilitar
la digestión y combatir las fiebres y la gota.
Es interesante recordar, que
todos esos remedios son todavía utilizados por las mismas cualidades que
le atribuían los hebreos.
La farmacopea hebraica siguió
el mismo camino de la medicina. Reducidos durante mucho tiempo a la expresión
más simple, los remedios permanecieron poco entre los hebreos.
Las hierbas aromáticas y las
plantas medicinales eran prescriptas en infusiones, tés, o mezcla con
miel y aceite después de haber sido molidas.
Los cereales y los dátiles
eran recetados en forma de cataplasma; en cuanto a los aceites y las resinas,
en forma de linimentos y ungüentos, a los que frecuentemente se les adicionaba
mirra.
EL MÁS BELLO PRESENTE.
El carácter atribuido a las
plantas, que se veía en cada página de la Bíblia, se acentuó más fuertemente
todavía en el ejercicio del culto, en los sacrificios religiosos, en las
ceremonias religiosas profanas o funerarias, y sobre todo, en las ofrendas
hechas al Señor.
Los hebreos atribuían a los
árboles un carácter sobrenatural. El Génesis muestra al Señor plantando
un "jardín de delicias" y, entre las plantas propias para la alimentación,
se levantaba "el árbol de la vida y el árbol de la ciencia, del bien y
el mal".
Los árboles permanecían siempre
verdes, como los ciprés y el terebinto, eran objetos de una veneración
especial. Los sacrificios eran realizados debajo de los roble y de los
álamos. Fue así que a la sombra de un terebinto, Abraham recibió al enviado
del Señor, y fue bajo una palmera que la profetisa Débora hizo justicia
y pronuncio sus profecías.
Los productos de la tierra,
como las primeras cosechas, eran ofrecidas al Señor bajo la forma de espigas
de trigo o de harina, sobre las cuales se derramaba aceite aromatizado
con incienso. Los cereales eran ofrecidos en forma de espigas asadas o
de granos molidos de trigo, y la flor de harina era reserva para la fiesta
de Pascua, que duraba siete días.
Estas ofrendas eran acompañadas
por libaciones y fumigaciones, y ningún sacrificio era realizado sin una
purificación, hecha de incienso, mirra u otro producto adecuado.
Más tarde los productos aromatizados
sirvieron para purificar los altares y perfumar las ceremonias del culto.
Esos aromas eran considerados el presente más bello que alguien podía
hacer, y fue el presente que los hijos de Jacó llevaron a José, como también
el que los magos llevaron a Jesús.
Los productos aromáticos fueron
un elemento indispensable en las ceremonias profanas y eran desparramados
a voluntad en las salas de banquetes, porque los "perfumes alegran el
corazón".
Quemadas en los santuarios,
esas plantas aromáticas constituían un verdadero culto, practicado inclusive
en ceremonias fúnebres. Por eso las sepulturas eran clavadas en la sombra
de los árboles aromáticos, y Rebeca fue enterrada en un "roble de lágrimas".
A ese respecto, la Bíblia
es un verdadero reflejo de las tendencias poéticas de los hebreos. Ella
nos ofrece una infinidad de imágenes obtenidas del mundo vegetal, de las
ballenas, de las plantas, de los árboles y de las frutas, y es rica en
calorías suscitadas por la opulencia y fecundidad del país de Caná.
Para anunciar la llegada del
Mesías: "Un brote saldrá del tallo de Jesús y una flor saldrá de sus raíces",
y mostrando la alegría de la vuelta de los exiliados: "Todos los árboles
manifestarán su júbilo, los ciprés crecerán en lugar de los castaños y
en lugar de los espinos nacerá el mirto"(Isaías, XIV, 8).
Las flores, las plantas aromáticas
y odoríferas son un pretexto para las más bellas alegorías. La esposa
se compara con las flores dotadas de perfumes más agradables: "Yo soy
la rosa de Salomón y el lirio del valle", y el esposo para no quedar atrás
se compara a "un jardín de plantas aromáticas, de ciprés, de nardos, de
caña y de cinamomo" (Gant. IV, 13).
El país de los hebreos no
se queda para siempre en una tierra de aceite y miel.
Las luchas internas, las invasiones
y las ocupaciones extranjeras, contribuyeron a su ruina tanto como los
fenómenos físicos: alteraciones climáticas, erosiones, sequías, derrumbes
y otras catástrofes, transformaron radicalmente la fisonomía del país.
Las planicies de fecundidad
legendarias fueron cubiertas por las arenas del desierto: otras se transformaron
en pantanos. Las tierras se volvieron estériles; el cultivo de los campos
fue poco a poco abandonado; las montañas del Líbano perdieron sus cedros;
las colinas vieron derrumbarse sus árboles. Los sucesivos ocupantes de
Palestina, primero los árabes, después los turcos no hicieron nada por
mejorar esa lenta decadencia.
ue necesario
esperar un nuevo regreso a la Tierra Prometida para que el país se desenvolviese
nuevamente por el esfuerzo de los pioneros.
El Quinto Hombre
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