Revista Digital de El Quinto Hombre

EL HOMBRE QUE ADELANTO EL FUTURO

Por Juan J. Bajarlía




Un día, los habitantes de Salon vieron una llama que se expandía desde el interior de la casa del mago, una luz blanquecina, enceguecedora, envolvía los jardines y se convertía en una columna de humo que moría en el espacio, nadie pudo explicarse este fenómeno, para Simha-Quimbell, Nostradamus había quemado los libros desaparecidos del Sancta Sanctorum, las formulas de los egipcios y los hebreos.


Según una hipótesis de Simha Quimbell, a quien se atribuye el Pseudo Liber Mirabilis (1586), las fórmulas secretas de los sacerdotes egipcios, llevadas por los hebreos a través del éxodo, fueron depositadas, junto con el Sepher-Torah, en el Sancta Sanctorum del Templo. Allí se confundieron, durante 200 años, con las escrituras sagradas, y cuando sus muros fueron destruidos por las legiones de Tito, en el año 70, el Sancta Sanctorum estaba vacío. Las fórmulas y los libros habían desaparecido. Pero dos de ellos, el Sepher-Yesirah (la Kabbalá de Abraham) y la primera Clavícula de Salomonis, donde se utilizaban las fórmulas secretas de los egipcios, integraron el acervo mágico de Michel de Nostre-Dame, un médico recibido en la Universidad de Montpellier, a quien sus contemporáneos llamaban Nostradamus.

Ese mago que habría de profetizar el fin del planeta para el año 3797, había nacido en Saint Remy, de la Provenza, en 1503, tenía su casa en Salon-en-Craux, en cuyos altos, rodeado de oscuros infolios, de espejos singulares que anticipaban el porvenir, de astrolabios y varas de adivinación, solía pasar con la imagen clavada sobre la superficie acuosa que llegaba al borde de una vasija de cobre. En esa superficie leía el pasado y el porvenir. Un día, los habitantes de  Salon vieron una llama que se expandía desde el interior de la casa del mago. Una luz blanquecina, enceguecedora, envolvía los jardines y se convertía en una columna de humo que moría en el espacio. Nadie pudo explicarse es fenómeno. Para Simha Quimbell, Nostradamus había quemado los libros desaparecidos del Sancta Sanctorum, las fórmulas de los egipcios y los hebreos. Pero antes de quemar esta sabiduría del futuro, hábilmente disimulada en instancias frías y abstractas, Nostradamus redactó, en el más bajo y demoníaco francés, cerca de un millar de cuartetas proféticas que dividió en 10 centurias. Parte de estas centurias (Las propheties de Michel de Nostra-Damus) fueron publicadas en 1555, hasta completarse en las ediciones de 1558 y 1568, esta última después de su muerte, acaecida en Salon, en 1566.

Tuvo el don de la profecía. Fue defendido por Ronsard y atacado por Jodelle en el siguiente juego de palabras:
“Nostra-Damus cum falsa damus, mam fallere nostrum est,/Et  cum falsa damus nihil nisi damus”.
Cuya traducción sería: “Damos algo nuestro al mentir porque nuestro oficio es engañar,/y cuando damos falsedades, no damos otra cosa que lo nuestro”.

Videl y Langlois lo trataron de ignorante. Yacobo Da Ferrara (I conturbati dal Demone, I, XXIII) aventuró la teoría de que era una encarnación demoníaca. Pero Nostradamus, que conoció y maldijo a sus enemigos, realizó su tarea con una lucidez indetenible. Un día, en Ancona, se arrodilló ante el franciscano Félix Peretti, y le besó la mano. Asombrados los otros frailes que lo acompañaban por lo desusado de la reverencia, Nostradamus les contestó: “¿Es que no debo arrodillarme ante Su Santidad?”.

Tiempo después, Félix Peretti, humilde y desconocido fraile, asumía el cardenalato de Moltalto para convertirse en el Papa Sixto V, en 1585. Predijo en sus oscuras cuartetas, infinidad de acontecimientos que se fueron cumpliendo a pesar de la incredulidad de sus contemporáneos. A Enrique II, su monarca protector, le vaticinó la muerte en un torneo, cuatro años antes de que se produjera el hecho:
“Le Lyon ieune le vieux surmontera. En champ bellique parsingufiere duelle. Dans cage d´or les yeux lui crevera. Deux classes une puis mourir mort cruelle”.
Es decir:
“El león joven dominará al viejo. En un duelo singular y le reventará los ojos. En su jaula de oro. De las dos fuerzas de combate quedará una y la otra morirá de muerte cruel”.

El león joven fue el conde de Montgomery, quien hirió de contragolpe en un torneo (29 de junio de 1559) a Enrique II atravesándole un ojo a través del morrión de oro; la jaula (la cage d´or) a que se refería la profecía. El león viejo, Enrique II, sobrevivió 11 días y después murió teniendo plena consciencia de la cuarteta que él mismo conocía.

A Carlos I de Inglaterra le predijo la guerra civil y su muerte:
“Senat de Londres mettront a mort leur Roy. Le sel et vin lui seront a l´envers”.

Traicionado en Escocia, donde Carlos I se refugia de la guerra civil, es entregado al Parlamento, y Cromwell, su Lord Protector, lo hace decapitar en Londres el 30 de enero de 1649. La lista de predicciones produce terror. Nada escapó a su monstruosidad, a tal punto que  Pierre debrouvette (Le sel diabolique, c. IXI), propuso borrar el nombre de Nostradamus de los registros de Montpellier en cuya Universidad había estudiado. “Este hombre, dijo (siguiendo a Yacopo Da Ferrara) no es fruto de un nacimiento humano, sino el engendro del demonio, que ha venido a este mundo para confundir la ley divina”.

Del fin del mundo dejó una imagen erosionada que ratificó en su Epístola a Enrique II (El Antiguo y Nuevo Testamento serán rechazados y quemados. Habrá matanza de religiosas y violación de mujeres).
Y una fecha inapelable en el tercer milenio: 3797, confirmada por el matemático (Ruir L´Ecroulement de L´Europe, 1939), al realizar el estudio de las cronologías de Nostradamus. En esa fecha, con el exterminio del planeta comenzaría el caos, el hundimiento definitivo, sin recomienzo, donde todas las formas irracionales concretarán el olvido del hombre y de las cosas que él quiso construir para su débil eternidad.

Ese vaticinador del fin del mundo, meditando en Salon-en-Craux, bajo la fascinación de espejos que multiplicaban la rigidez de oscuros infolios que trepaban por las paredes, vio un día también su propia muerte: “Proches parcuts, amis freres du sang. Trouve tout mort, pres du lit et du banc”. “Parientes cercanos, amigos, hermanos de sangre (le hallarán) muerto cerca del lecho y del banco”. La confirmación de este tránsito al anti-mundo la tuvo el 1ro. De julio de 1566, según la versión del sefardita Charles de la Perrigoud Yoel (Bikum Holim, 17, 179). Su amigo y biógrafo Jean Aymes de Shavigny se había despedido después de un día de intensas interpretaciones. “Volveré para continuar”, le dijo. Pero Nostradamus, siempre en la versión de Perrigaud-Yoel, le contestó. “Eso quisiera yo. Pero mañana, cuando el alba se levante ya no estaré en este lugar”. Esa misma noche murió el mago con la cabeza reclinada sobre su mesa de trabajo, cerca del lecho y del banco vaticinados en la cuarteta. Su magia, la astrología y el catolicismo, “extrañamente mezclados” para Perrigaud-Yoel, “harán de Nostradamus un profeta después de la santidad, o un monstruo de quien Satanás se burlará llevándolo a lo más profundo de su cueva”. Pero esta admonición del sefardita, que incluye una profecía, tiene a su vez, una fecha 3797.

Ella será el límite para reivindicar o destruir a Nostradamus.

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