Revista Digital de El Quinto Hombre

EL HOMBRE COMO IMAGEN DE LOS DIOSES

 

Por Horacio Brunacci - Argentina




 

Una constante mitológica que perdura en la memoria de numerosos pueblos consigna la creación de hombre con tierra o arcilla. En Egipto se consideraba a los hombres como descendientes de los dioses, o bien creados de alguna manera por ellos. Una tradición recuerda que los hombres se originaron en las lágrimas de Ra, y otra vincula la creación de los hombres a los trabajos de Knum, el dios que modelaba la arcilla.

 

En el mito de Prometeo, excesivamente rico y complejo, de orígenes inciertos y proyección insospechada, una de las leyendas paralelas atribuye al propio Titán, especie de dios de la Tierra y hombre en el Olimpo, la creación de un ser postdiluviano, al que formó con arcilla y agua y lo animó con el fuego divino.

 

En el Corán "(asura XXXII, aleyas 6 y ss.), Alá mejoró lo existente y tomando al hombre de barro puso su simiente en un extracto acuoso; luego le dio forma y sopló en él de su espíritu y le puso el oído, la vista y el corazón".

 

Una tradición indochina, la de la tribu de los Mois, relata que cuando se solidificaron los continentes y comenzó a extenderse la vegetación, el dios supremo creó al hombre con barro y le dio vida soplándole el alma en el vientre y la palabra en la garganta.

 

En México, uno de los mitos cosmogónicos en los que interviene Quetzalcoátl, esa figura fundamental de los pueblos mesoamericanos que se proyecta dentro de un conjunto multivalente de símbolos, narra el descenso del dios a la región de los muertos en busca de los huesos preciosos que mezclados con su propia sangre servirán para la fabricación de los humanos, los macehuzies (los merecidos por la penitencia). Este poema es uno de los más bellos de los antiguos mexicanos (Leyenda de los Soles, fol 75-76).

 

Los esquimales de Point Barrow, en Alaska, hablan de un tiempo en el que no había ningún hombre en la Tierra, hasta que un espíritu llamado "á se lu", hizo un hombre de arcilla, lo puso a secar sobre la orilla, inhaló en él su aliento y le dio vida.

 

Según los aborígenes maidu de California, el primer hombre y la primera mujer fueron creados por un misterioso personaje llamado Inicio-del-Mundo (Kodom-yéponi) que descendió del cielo por una cuerda hecha de plumas. Su cuerpo brillaba como el Sol, pero su rostro permanecía oculto e invisible. Una tarde tomó tierra de un rojo oscuro, la mezcló con agua y modeló dos figuras, la de un hombre y la de una mujer...

 

Ese acervo tradicional que se repite en todas las latitudes de la Tierra se remonta a un pasado remoto, y en términos generales relata la creación del hombre por divinidades solares que utilizan básicamente dos elementos: uno terrestre y otro no terrestre o privativo de los dioses.

 

Esa constante se revela con caracteres propios en las cosmogonías africanas, particularmente complejas y hasta el presente poco conocidas. Merced a los trabajos de Griaule, que dedicó casi 20 años a estudiar las concepciones de los dogon, se ha penetrado en un mundo desconocido. Una de las creencias más extendidas se refiere a la creación de los hombres con arcilla. Cada nuevo ser poseía en sí mismo el principio masculino y femenino, pero el creador les enseñó a distinguir los sexos por la circuncisión y la escirsión.

 

 

El hombre al servicio de los dioses.

Los relatos mesopotámicos de la creación, al margen de sus variedades, muestra una coherencia de forma y fondo. La creación se realiza en secuencias cargadas de sentido. En la tradición sumerio-acadia los grandes dioses realizan paso a paso la tarea civilizadora. "Cuando los diseños de la Tierra fueron fijados"; "cuando las acequias y canales habían recibido su tirada exacta"; "cuando los causes del Eúfrates y el Tigris habían sido establecidos...." los dioses pasaron revista al conjunto de su obra y se preguntaron: ¿qué más podemos hacer? Entonces los Anunnakis respondieron  

a Enlil: "Creemos la humanidad: el servicio de los dioses sea su patrimonio para siempre, para mantener la fosa fronteriza, para poner la espuerta y la azada en sus manos, para construir la vivienda de los dioses que debe ser un excelso santuario. A fin de deslindar para siempre unos campos de otros, a fin de conservar la fosa fronteriza, para dar a la acequia su justa tirada, para mantener el mojón para regar las cuatro regiones de la Tierra, para producir plantas en abundancia...."

 

En el Enuma Elish, la tabla V nos describe a Marduk disponiéndose a crear el hombre en respuesta a la sugestión de los dioses. "Voy a crear un salvaje (lullu); hombre será su nombre. Su destino está decidido. Cargará con el servicio de los dioses". (VI, 8-12)

 

El sentido literal de los textos propone una interpretación arriesgada, pues el altar sacrificial se levantaba "ante la puerta del tabernáculo"(Levítico 1: 6) lugar sagrado donde Jehová se reunía con Moisés y le hablaba cara a cara como un amigo (Exodo 33: 11). Allí los sacerdotes instruidos por Jehová a través de Moisés preparaban ofrendas que asaban sobre el altar en holocausto de olor suavísimo al Señor (Levítico 1 al 4 y Números 15).

En la literatura védica, Indra "bebe con rapidez las libaciones y devora los alimentos presentados en los tres sacrificios diarios"(Anuvaka, 11, Sukta 4, 7), y los Maruts avanzan en sus carros ligeros atraídos "por las ofrendas de los hijos de Kanva" que "están preparadas vuestra satisfacción" (Anuvaka, 8, Sukta 2: 14-15).

 

Irrupción de los "Espíritus del Cielo".

Al margen del subjetivismo y del manejo de verdades parciales, el hecho de la aparición de la forma de vida, más y más complejas a través de los períodos geológicos, constituye una tarea satisfactoria que, si no expresa toda la verdad, resulta apta para interpretar los fenómenos del transformismo. El hombre parecería unirse a través de una larga serie de antepasados al tronco común de donde provienen, por cambios sucesivos, los distintos grupos de animales que habitan el planeta.

 

Admitido por la gran mayoría de los naturalistas, las controversias sólo recaen sobre su mecanismo y sus causas. Sin embargo, la biología evolucionista no deja de ser una hipótesis parcial y sujeta a la discusión. En última instancia no es un hecho fehacientemente comprobado sino la interpretación de una colección incompleta de sucesos históricos, los que pueden ligarse mediante curvas, de las cuales sólo determinados puntos se hallan debidamente registrados.

 

Durante casi dos millones de años, desde el comienzo de la Edad de Piedra Tallada o Paleolítico, los distintos tipos de homínidos se sucedieron en un ambiente hostil, exfoliándose alternativamente sin promover ninguna alteración significativamente mensurable.

 

Cuando el Hombre de Neandethal, luego de permanecer alrededor de 150.000 años sin variaciones positivas comienza a extinguirse en una época que se estima en 35.000 años a. de C., se produce la irrupción del sistema primitivo. Ambos tipos se superponen y coexisten durante miles de años. Su origen parece provenir de un grupo de neanderthales evolucionados del Asia Sudoccidental. Los famosos esqueletos del Monte Carmelo apuntan en esa dirección, y Robert J. Braidwood -en su obra "El hombre prehistórico" -estima que esa zona, cerca de Nazaret, puede haber sido el escenario donde se desarrolló el primer hombre moderno. Parece evidente que la migración hacia Europa de este tipo racial ya progresado, culmina con los cazadores franco-cantábricos. En un mundo agresivo, pleno de temibles dificultades impuesta por la vida material, aciertan a crear un notorio complejo de progresos, especialmente artístico, que pueden tomarse como un esfuerzo de la civilización. Lo real es que en esta transición el sapiens se transforma radicalmente y crea un nuevo tipo de herencia, la que a su vez le permite un nuevo tipo de civilización. Después de un millón de años de cambios cualitativamente inapreciables, bastaron dos o tres milenios para que los homínicos alteraran el cuadro de posibilidades de la especie y proyectaran a uno de sus filums en una vertiginosa línea ascendente. En un lapso relativamente brevísimo, concretamente entre los 8.000 y 6.000 a. de C., los homínidos abandonan las grutas y las oquedades erosivas, y dueños de una nueva visión del mundo se agrupan orgánicamente, implementan sistemas de producción agrícola y levantan poblados en los que se descubre la riqueza de su imaginación y su capacidad artística y religiosa.

 

Sin minimizar la idea de Dios ni alterar la concepción de un plan fundamental; sin invalidar la mayor o menor rigurosidad de un proceso evolutivo puesto en relieve por la indagación científica, es posible suponer la intervención de seres celestes dispuestos a rescatar, apresurar o corregir un desarrollo aparentemente fallido o incierto. En un momento no determinado de la 

protohistoria, dentro de un filum homínido intrínsecamente primitivo que había atravesado decenas de miles de años en un inmovilismo suicida, se produce en el término de dos o tres generaciones un cambio mental cualitativo capaz de generar una historia maravillosa, sutil, compleja y multivalente que narra el origen del hombre y las azarosas relaciones entre los "Espíritus del Cielo" y los habitantes de la Tierra.

 

 

Una mutación provocada.

Comprobado el hecho de que las bases químicas de la herencia residen en las proteínas y en los ácidos nucleicos, el hombre comienza un proceso de investigación genética cuyo objetivo apunta al logro de las mutaciones controladas. Ya en 1919 el genetista H.J. Muller, comprobó que era posible aumentar el ritmo de mutaciones elevando la temperatura. Hoy sabemos que existen factores capaces de acelerar en el laboratorio, la tasa de mutaciones bajo la acción de rayos X. Bombardeando las gónadas o las células germinales con rayos X o con emanaciones de radio, se ha podido inducir artificialmente el surgimiento de mutaciones que hacen posible que la descendencia de los progenitores sometidos a este experimento presentan nuevos caracteres.

 

Estos factores aceleran la tasa de mutación, pero existen otras alternativas basadas principalmente en el reajuste, ruptura y unión de cromosomas. Lo esencial depende de la correcta interpretación de la clave genética, es decir, el significado que puede tener la ordenación de las bases del ácido desoxirribonucleico (ADN) dentro de cada gene y del "mensaje" hereditario que dicha orientación supone. El gran problema de nuestros días consiste en "descifrar el código genético", en relacionar la combinación trinucleotídica con el aminoácido correspondiente. En este sentido el paso de mayor importancia lo dio el bioquímico español Severo Ochoa al descubrir que el ácido ribonucléico (ADN) artificial actúa como el neutral en la síntesis de las proteínas. Es decir que, reuniendo en un tubo de ensayo cierta cantidad de ribosomas, líquido sobrenadante, trifosfato de adenasina, aminoácido y un ácido ribonucléico sintético preparado en su laboratorio con una sola base en lugar de cuatro, consiguió por primera vez en la historia "elaborar" una proteína artificial cuyo aminoácido corresponde siempre a la distinta base del ADN empleado. Si en lugar de una sola base se introducen dos o más, aparecen otros tantos aminoácidos en la nueva proteína.

 

Se comprende entonces que sólo el factor tiempo y la intensificación y profundización de las investigaciones nos separa del dominio de un código se pueda aplicar a cualquier estructura de ácido nucleico, están como estén ordenadas sus bases. La "clave", ¿podría ser aplicable a todos los seres de la Naturaleza? La respuesta, aunque no definitiva, parece ser que "sí". Todas las experiencias realizadas hasta ahora nos dan esa pauta.

El Quinto Hombre