Revista Digital de El Quinto Hombre

INVASION DE MELAZA


Si tuviéramos que elegir un país, como protagonista mayor de lo insólito, y donde siempre suceden los hechos, que muchas veces superan nuestra propia imaginación, evidentemente se llevaría las palmas ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA.


por Fabio Zerpa

Por un raro privilegio, o quizá por la neurosis proverbial de sus habitantes dentro de las megalópolis o porque a tantos innumerables habitantes más sucesos insólitos, Estados Unidos siempre se ha caracterizado por estar en las primeras planas de los hechos fortianos, y su mismo Charles Fort fue un recopilador de ellos, llenando varias páginas editoriales, de artículos en diversos periódicos, para finalmente plasmarlos en un libro, que dio la vuelta al mundo.

Lo insólito ha sucedido ayer, hoy y sucederá mañana, pero nunca en tanta cantidad como en ese país de los 21 estados, ya que también, como buenos creadores publicitarios, todos esos sucesos han tenido franca y definida promoción; un ejemplo cabal de lo que afirmamos es que habiendo DOCE TRIANGULOS DE LA MUERTE en todo el mundo, en los cuales han desaparecido barcos, aviones, personas, etc. En forma inusual pues el más conocido, divulgado y famoso es el TRINAGULO DE LAS BERMUDAS, que no por ello es el más importante, sino solamente el más publicitado. Nuestro recordado amigo ANTONIO RIVERA escribió un libro excelente, el más documentado, sobre todos esos casos de desapariciones en los doce triángulos de la muerte, que espero hayan leído.

Sí, en los Estados Unidos ha sucedido de todo, desde el talentoso y genial ORSON WELLES, que con su Mercury Theater realiza aquella famosa transmisión radial para la CBS el domingo 30 de octubre de 1938, durante y después de la cual, los neoyorquinos corren espantados por su megalópolis, pensando que ya los marcianos habían llegado a Tierra, y New York era su primer objetivo y blanco invasional.

O si pensamos que en un pueblin del estado de Colorado, precisamente llamado Pueblo, en el año 1952 una señora Virginia Tighe dice que su anterior reencarnación ea un tal Bridey Murphy, que vivió en Irlanda en el siglo pasado; y por supuesto, de las temerarias declaraciones primerizas paulatinamente va tomando tal auge la noticia, hasta que recala en tapa y primera página, nada menos, que de la revista "Time", para luego saberse que todo era un fraude; pues así se las gastan en el país del Norte.

Y si comentamos los famosos concursos populares estadounidenses, encontraremos excelente material para varias notas; porque en cualquier población, pequeña o grande, puede haber un concurso a quien se traga más peces, y en menor tiempo, por supuesto; y si en distintos países ha habido famosos traga-espadas, pues allí en los Estados Unidos, puede encontrarse los hombres (y mujeres también, sin ninguna duda) que hacen la hazaña de tragarse las más largas y filosas, juntamente con luminosos tubos de luz fluorescentes, que pueden colocar al ser humano como un mismísimo platillo volante luminoso y fosforescente; también sucede que en ese país tienen el récord del hombre que ha tocado más horas el piano sin salir de su asiento, para que Beethoven o Mozart se sientan acomplejados; o también récord de permanencia en baile con furiosos rock and roll, o suaves bailes vieneses, para que las damas cambiantes en pequeños turnos, vayan admirando aún más al émulo desbastador de Fred Astaire o Gene Kelly.

De pronto también, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, una mañana muy rosa, precisamente el 28 de julio de 1945, un avión bimotor B 25 del Ejército norteamericano, volando sobre Nueva York enfila por un descuido del piloto, hacia el Empire State Building, a la sazón el edificio más alto del mundo, y por supuesto, prácticamente lo hace añicos, produciendo un extraordinario pavor y pánico en el público, que en esas horas, circulan por millares en su derredor. Increíble, pero cierto.

Hay un hecho sucedido allá, en la Belle Epoque, por el año 1919, que me narraron cuando estuve en Boston hace unos años y que me sigue impactando por lo realmente insólito del suceso. Como prueba documental de lo que le vamos a narrar hemos visto marcas marrones y en algunas calles y edificios, de la ciudad protagonista de la independencia norteamericana; aún hoy día, los aristocráticos bostonianos, hijos de los testigos oculares de aquel hecho, recuerdan y sonríen afablemente, fundamentalmente, los que aún viven en el Barrio Norte de la ciudad, ya que "vivieron" bien de cerca una invasión muy extraña.

Boston, era en 1919, un importante puerto al cual llegaban barcos de distintas banderas, trayendo mercaderías para esa ciudad y sus alrededores; fundamentalmente anclaban allí naves portadoras de grandes embarques de melaza, provenientes del Mar Caribe (Cuba, Puerto Rico, Antillas) y que los conservadores bostonianos utilizaban para realizar su ron, la bebida clásica de aquellos tiempos.

La melaza desembarcada en el puerto era llevada por grandes caños hacia un tanque de acero, un depósito realmente enorme de 15 metros de altura y 86 metros de diámetro, que iba siendo llenado paulatinamente para luego descargarse cuando llevaban ese producto a las fabricas manufacturadoras.

El día 5 de enero de 1919, el gigantesco tanque estaba repleto, prácticamente rebasando melaza; no se sabe por qué, algunos dicen que la enorme fuerza del líquido ejerció una inusitada presión en los remaches del depósito, y el mismo explotó, produciendo un estrépito tal que todo Boston se sacudió, cundiendo el pánico, ya que se pensó que había sido bombardeada la ciudad.

Claro, quizá la melaza hizo mucha presión sobre el metal ya bastante fatigado por tanto uso y la misma salió en estampida desparramándose por las calles a un promedio de 60 kilómetros por hora calculándose que la presión era de una 25 a 30 toneladas por metro cuadrado.

Ya se imaginarán ustedes cómo edificios, calles, carros, caballos, automóviles, gente fueron alcanzados por esa increíble marejada de una lava marrón, que los primeros incautos bostonianos, no se imaginaban de dónde venía y que realmente era. Pasaba el torrente e iba dejando una pegajosa como dulzona materia que era casi imposible de mover o remover.

La crónica de aquellos días indicó que una de las secciones del gran tanque que pesaba tres toneladas, fue largada con extraordinario estrépito a más de 60 metros de distancia, produciendo daños incalculables.

Dentro de estos últimos quizá lo más tremendo fue el destrozo total de un edificio de tres pisos, que fue levantado en vilo, con cimientos y ocupantes, para ser arrastrado por la ola marrón que no cesaba de moverse calle abajo.

El tren elevado de Boston fue destrozado en cuatro pilares de acero, cuando la ola llegó allí junto con la sección del tanque que había volado por los aires; el público que viajaba en ese momento en el vehículo vieron como se descarrilaba el tren y caía al vacío.

Carros y caballos, que en aquel día deambulaban con sus propietarios fueron cercados por la sustancia viscosa, produciéndoles en casi todos ellos la muerte por asfixia o en su defecto, catapultados contra puertas, ventanas y casas de la ciudad. Lo mismo sucedió con los escasos automóviles de aquella época, que quedaron prácticamente sepultados por el lodo más extraño de todos los tiempos.

Piensen ustedes en lo que pudo haber sido esa invasión de una sustancia tan pegajosa como oliente, que luego de atropellar a casas e individuos, estos no podían desembarazarse de ella, quedando pegados, e impotentes para accionar, dependiendo de la potencia que tendría la misma en el lugar a donde llegaba, para que se produjera el hecho fatal o el quedar prisionero.

Mucha gente con sus vehículos pudieron salvarse al ver la ola enorme y correr presos de pánico delante de ella evitando de esa manera morir arrollados o ahogados por la misma; las carreras vertiginosas eran también, dentro de lo dramático, una nota de humor, luego profusamente comentadas durante años por los bostonianos.

Pero, el incidente que se lleva las palmas por lo insólito, dentro del gran drama, evidentemente es un señor muy atildado, muy bien vestido, con su galera, y bastón, que empieza a correr desesperado por la calle, delante del torbellino impetuoso, hasta que en determinado momento es alcanzado por esa masa informe; el elegante señor trastabilla, cae, pero lo hace con tal fortuna, que queda arriba de una mesa de madera que venía flotando; así tripulando la nave de la salvación, viaja por distintas calles, ante el asombro de sus semejantes, para finalmente llegar al Océano Atlántico donde fue rescatado, luego de infructuosos intentos, por el buque de guerra Pawnce; el hombre estaba muy meloso, enormemente empapado, casi desnudo, pero vivito y coleando. Como siempre, y como en todas las cosas de la vida, dentro de lo insólito, lo más insólito y providencial.

La invasión de melaza en la hermosa Boston fue el comentario de muchas noches de tertulias, tanto en cafés, confiterías, como en las hermosas mansiones; pasó a ser una de las anécdotas más curiosas de la brillante ciudad como del pueblo norteamericano todo. El suceso comenzó a la mañana, alrededor de las 8 horas, y recién se aquietaron los torbellinos hacia la tarde, dejando a la vista de los transeúntes, que apenas se podían mover, un espectáculo realmente único y sumamente curioso. Por supuesto, se tardó meses en ir restableciendo la normalidad en las calles de la catástrofe, y mucho agua para sacar esa materia viscosa tan, pero tan pegajosa, que era imposible remover.

En esas tertulias se comentaba y se sigue comentando el saldo tremendo que dejó esta ola azucarada, tan imprevista como insólita, porque junto a los millones de dólares de pérdida se sumó la tragedia de unas 500 personas, entre muertos y desaparecidos, porque fueron muchos los que no se rescataron dentro de esa masa informe.

Y como dijimos al principio, cuando algún turista camina admirando las hermosas edificaciones del aristocrático Barrio Norte de la ciudad de Boston puede fijarse en las calles y edificios, que hay un filete, grande o pequeño de una mancha marrón que persiste aún, desde aquella víspera de Reyes de 1919. El día que la clásica calma bostoniana fue rota por un emisario insólito enviado desde el Caribe, que nunca pretendió invadir esa ciudad, pero por ese imponderable de circunstancias extrañas, provocó un hecho totalmente inusual en los inicios del apabullante siglo XX.

El Quinto Hombre