Revista Digital de El Quinto Hombre

SHAMBHALA, LA RESPLANDECIENTE

                                                    

Por Juan Norberto Comte - Argentina


Antiquísimas tradiciones orientales hacen referencia a una ciudad perdida en el centro de Asia donde habitan seres altamente evolucionados con poderes suprahumanos. Tales como la invisibilidad o la inmortalidad, que serian una suerte de reguladores del destino planetario.

Algunos la llaman Shambhala a ese fabuloso paraíso terrestre. Mientras otros afirman que su denominación es Agartha o Agharti.

Todo lo relacionado con el ocultismo está obviamente encubierto por una complejísima pátina de simbolismos y códigos celosamente guardados por los iniciados de las cofradías de la India, Egipto, las que subsisten bajo los regímenes comunistas del Tibet, China Continental o Mongolia y la infinidad de hermandades del resto del mundo.

El profano se encuentra así frente a una gran masa de información contradictoria y no pocas veces opuesta llegando en casos extremos a tomar por su ignorancia caminos que lo conducen Ad Mojorem Satanae Gloriam.

No debe, en consecuencia, extrañarnos la portentosa similitud que la Shambhala superficial posee con la inmensa y subterránea Agarttha.

Los misioneros Juan Cabral y Esteban Casella fueron los primeros europeos, que hace ya más de tres siglos y medio, testimoniaron de la existencia de Shambhala.

En 1924, el aventurero y escritor Fernando Ossendowski, afirmó en su libro Bestias, Hombres y dioses, haber escuchado un fantástico relato a su paso por Mongolia, sobre Agharti, un recóndido centro de poder subterráneo con ramificaciones por todo el orbe dirigido por el Rey del Mundo.

Si bien es común situar, a pesar de la proverbial inasequibilidad geográfica, a Shambhala  o a la entrada de la Agarttha en alguna parte de la India o el Tibet, es conveniente insistir aquí sobre la sutilidad hermética de tales aseveraciones.

Citamos, lo que dice al respecto en torno a la Agarttha el erudito e iniciado francés René Guénon: "en el período actual de nuestro ciclo terrestre, es decir en el Kali-yuga, esta "Tierra Santa", protegida por "centinelas" que la mantienen oculta de miradas profanas y que sin embargo permiten ciertas comunicaciones con el exterior, es en efecto invisible, inaccesible pero sólo para aquellas que den las condiciones necesarias para  incursionar en sus dominios. ¿ Debemos considerar su ubicación en una región determinada como literalmente auténtica o simplemente simbólica? ¿O bien auténtica y simbólica al mismo tiempo?. A estas preguntas nos limitamos a responder lisa y llanamente que, para nosotros, tanto los hechos geográficos, los históricos y los demás poseen un valor simbólico que por otra parte, obviamente, no pierden su realidad propia en cuanto a hechos en sí, pero que más allá de esta realidad inmediata asumen un significado superior.

A menudo se afirma que los Tres Reyes Magos llegaron de Shambhala para rendir pleitesía al Niño Dios.

Recordemos que cuando Jesús nació en Belén los ángeles se aparecieron a los pastores durante la noche para desearles feliz acontecimiento. Posteriormente Baltasar, Melchor y Gaspar fueron guiados por "una luz que parecía una estrella" hasta el celebre pesebre. La Biblia dice que los sabios siguieron al astro "hasta que llegó a posarse sobre el lugar donde estaba el niño" (Mateo,2:9). Sea como fuere el tema de los Reyes Magos ha sido un punto que en Teología ha suscitado las más vivas controversias.

En efecto siempre se sostuvo que los ángeles mensajeros, que se le aparecieron a la Virgen María y a José para anunciarles la llegada del Mesías, fueron "los únicos que sabían de antemano" el gran evento.

Sin embargo estos tres, o quizás más, sabios, conocían también anticipadamente el acontecimiento; de lo contrario no habrían emprendido la larga marcha en camello desde sus distantes tierras (¿Shambhala?) con meses de anticipación.

Es difícil imaginarse cómo pudieron enterarse del exacto lugar de nacimiento cuando ni los más capaces astrólogos de la época lograron predecirlo. La única explicación posible es que Gaspar, Melchor y Baltasar tenían poderes paranormales o bien que sus superiores (quienes les habían encomendado la misión) podían ver el futuro y los guiaron directamente a Palestina al sitio indicado valiéndose de la "misteriosa luz".

Si aceptamos la veracidad de la historia de San Mateo debemos destacar que la "luz" haya podido ser un planeta, una estrella o un cometa debido a la forma y la velocidad a la que que se desplazaba por el cielo. Por otra parte tampoco pudo haber sido un meteorito pues se movía con demasiada lentitud. ¿Qué fue entonces? ¿una astronave de Shambhala o la Agartha?.

En apariencia el reino de Agartha, por ejemplo, esta poblado por súbditos descendientes de una supercivilización que desapareció después que los antiguos continentes fueron tragados por las aguas y que habitan en todas las moradas subterráneas del planeta comunicándose en las entrañas de la tierra con vehículos desconocidos por nuestra tecnología a extraordinarias velocidades.

¿No pudo haber sido entonces una aeronave, una máquina producto de ese pueblo iluminado la que orientó desde "arriba" a los Tres Reyes?

Filo el Judío (30 a. De J.C. 40 después de J.C.) que fue contemporáneo de Jesús, es quizá por esa razón, el historiador que más fe merece en cuanto a su descripción de los tres enigmáticos visitantes bíblicos.

Según Filo "los tres Magos eran hombres santos, apartados de las cosas terrenales, virtuosos, que comprendían la naturaleza divina de los espíritus y que iniciaban a otros en estos misterios".

Valiosa explicación por cierto que nos muestra que Baltasar, Melchor, y Gaspar no solo eran astrólogos, como afirman los teólogos, sino grandes iniciados que pertenecían a una cofradía de místicos de naturaleza muy particular.

Una prueba de ello está dada por las ofrendas que presentan al niño durante la Epifanía, a saber: el incienso (símbolo del poder espiritual) y la mirra (Símbolo de la inmortalidad).

En la India se conserva la leyenda de los Magos Inmortales de Shambhala. El Avantumska Sutra, un antiquísimo tratado, habla de un sistema de conocimiento fundado a raíz de la confusión que, desde los albores de la Humanidad, prevaleció entre los hombres con respecto a la naturaleza de lo verdadero. Este saber hermético estaría en poder de los grandes maestros de los Himalayas.

El renombrado orientalista Evans-Wents sintetiza las actividades de estos taumaturgos de Shanbhala afirmando que, aunque ellos son invisibles a los ojos del hombre ordinario, los "visionarios" pueden advertir su presencia y comprender sus altruistas intenciones. En efecto, según Evans-Wentz , los poderosos del Shambhala observan con divina compasión, desde sus baluartes secretos en los Himalayas, a la Humanidad sumida en las tinieblas hasta el día en que la terrible noche del Kali Yuga  haya pasado y llegue por fin el Amanecer del Despertar para todas las naciones del orbe.

Vetustos escritos chinos se refieren a Shambhala como al paraíso terrenal y lo ubican un una cadena montañosa de Kun Lun, una desolada región de Asia central.

Los picos de Kun Lun cubiertos de glaciares y mantos de nieve serían los dominios de los inmortales, detrás de los cuales se extendería una extraordinaria ciudad en cuyo centro se elevaría un palacio inmenso de jade dorado rodeado por un exótico jardín donde cada seis mil años florece el duraznero de la inmortalidad.

Solo los hombres y las mujeres que han alcanzado un supremo grado de pureza espiritual pueden comer estos duraznos sagrados que, como El Elixir de la juventud, les confieren lozanía eterna.

Los inmortales, ciudadanos de Shambhala, poseen además otras habilidades superiores, la de viajar a voluntad por todo el universo y hasta vivir en los planetas más lejanos, lo cual, de hecho, los pone en contacto con otras civilizaciones cósmicas.

Los archivos del Vaticano guardan celosamente en sus estantes un gran número de informes, redactados en los últimos ciento cincuenta años por los misioneros católicos de China, sobre las distintas expediciones que los emperadores de ese país enviaron a Kun Lun con el propósito de acrecentar el conocimiento y aportar sabiduría a sus respectivos reinados.

En tal sentido es digno de mencionar el libro "Annales de la Propagation de la Foi" publicado hace un siglo y atribuido al obispo Delaplace donde se describe minuciosamente todas y cada una de estas misiones.

Ciertos tratados se la India, como el Bhagavata Purana y la enciclopedia   Vachaspattia, redactada en Sánscrito, hablan de Shambhala y la reseñan con el nombre de Kalapa ubicándola al norte de los Himalayas, es decir en el Tibet.

Kalapa está cubierta por jardines benditos y su palacio se levanta en medio de un lago de néctar. Para llegar a este oasis de perfección y paz es menester viajar sobre un misterioso pájaro dorado escondido en el centro de la tierra.

Las escrituras tibetanas se refieren a este Centro Perenne de Quietud y Perfección con el nombre de Shambhala o Dejung.

El Padre Esteban Casella, misionero jesuita portugués que pasó veintitrés años de su vida en la ciudad tibetana de Shigatsé donde falleció en 1650, dejó testimonios de la existencia de Shambhala. Los lamas llegaron a profesarle un grado de admiración y respeto tal que le ofrecieron conducirlo a la misteriosa ciudad.

Su amigo y compañero de apostolado Juan Cabral escribió en 1625: "en mi opinión, Shambhala no es Catay sino lo que nuestros mapas designan como Gran Tartaria."

Por otra parte Shambhala figura en un mapa del siglo XVII compilado por las autoridades católicas de Amberes. Un tal Csoma Körös, filósofo húngaro que vivió en el Tibet entre los años 1827 y 1830 afirmaba conocer con toda exactitud la posición geográfica del reino de Los Superhombres del Himalaya.

En la India, en la década de 1960, los emigrantes tibetanos tradujeron y publicaron un buen número de tratados Bön la antigua religión del Tibet. Uno de estos volúmenes sagrados contiene un mapa donde se enumeran varios pueblos de la Antigüedad tales como Bactria, Persia, Judea, Egipto y Babilonia. En esta carta hay una referencia especial a la tierra de Shambhala, cuna del culto Bön.

Hace algunos cincuenta años un filósofo alemán, el Dr. A. H. Francke, hizo mención a la fabulosa ciudad en sus trabajos. Se quejaba, por ejemplo, que Shambhala era tan real para sus guías que en algunos lugares, durante su viaje por el Asia, rehusaban  seguir los caminos trazados de antemano que debía tomar la expedición, y se desviaban por otros pues temían violar las sagradas fronteras de esos territorios prohibidos al profano.

Son innumerables los que aseguran haber oído hablar de Shambhala y desde un siglo hasta nuestros días pueden agregarse a la lista los del explorador ruso Prjevalsky, Nicolás Roerich, otro ruso de ascendencia escandinava, José Tucci, el erudito italiano especialista en cuestiones del Tibet y la famosa exploradora anglo-francesa Alejandra David-Neel.

Los centinelas de la Humanidad que habitan en el valle de Shambhala contemplan el desarrollo de los acontecimientos en todo el planeta desde tiempos inmemorables (Manvatara) y consideran al hombre como un eslabón dentro del complejo mecanismo de la evolución cósmica donde cohabitan  formas más primitivas y muchísimo más superiores que él.

Sin invalidar el libre albedrío ni interferir abiertamente en las actividades del hombre, los guardianes de Shambhala tienen, entre otras múltiples tareas la de observar y neutralizar la envoltura etérica negativa que circula nuestro planeta y que es el resultado de los pensamientos y acciones perversas de la humanidad.

Si no fuese por estos titánicos esfuerzos, fruto de la meditación colectiva de esos monjes y de otras técnicas mentales desconocidas por nuestra civilización el mundo hubiese llegado ya a un Apocalipsis.

La lucha contra el príncipe de las tinieblas es aún permanente y no ha llegado a su fin. Es más, vivimos en pleno Kali Yuga o era de la oscuridad pero la salvación vendrá de Shambhala cuando los centinelas de la inmortalidad se enfrenten en una última y épica batalla contra el Mal y derrotándolo para siempre nos traigan la Satya Yuga, luz eterna de salvación.      

El Quinto Hombre