Revista Digital de El Quinto Hombre

El mensaje de Krishnamurti: penetración y vivencia
VER EL PROPIO PELIGRO - Nota I

La vida es la energía o INTENSIDAD -en constante movimiento y transformación- de TODO el infinito.


Por Jacobo Zaslavsky



Esta ley general, de eterna creación, que abarca todos los órdenes, es un hecho de tremenda hondura, pasión o calidez, donde nada puede quedar fijo o detenido; todo ha de moverse, cambiar, ser siempre nuevo, sin poder repetirse ni continuar igual durante el más mínimo instante.
Con esta dinámica de transitoriedad e inseguridad, la vida trasciende y se despoja de lo conocido, del pasado y de toda posibilidad de reconocerse, siendo ella misma desconocida y novedosa. Y al avanzar, muriendo para todo lo que conoció, suelta, libera, sin ninguna reserva o mezquindad su hondo contenido de afecto, belleza o generosidad y habiendo dejado todo, otra vez es ligera, joven, fuerte y creadora. Así es el amor, la única energía eterna o inmortal, porque surge sola, espontáneamente, en su ámbito de pasión, fuego, y con su muerte crea, precisamente, la pasión del nuevo instante. En su muerte a renacido. Es su vigencia, su realidad o eternidad, su ámbito de frescura y novedad, el potente, intenso, sagrado, AHORA.
Cualquier estancamiento, fascinación o ligadura al pasado, implica la distracción y detención en cosas ilusorias que ya no tienen vida, con el consiguiente peligro de que la pasión y generosidad que surgen al avanzar en los instantes nuevos y desconocidos permanezca sin liberación, con lo cual la intensa fuerza de la Vida pasaría desapercibida y ya ni podría llamarse tal. Su clave de amor, su secreto o misterio, sólo puede ser descubierto -y liberado- en su mismo nivel o de cosa nueva y desconocida. Y para ello el pasado tiene que haberse disipado total y definitivamente.


La comprensión de esta ley, como de cualquier otro hecho, es imprescindible: la Vida es un juego de inteligencia entre reto y respuesta entre totalidad y cada parte, cuya armonía -en el mismo nivel e instante- produce notas de silencio, amor o eternidad. En nuestro caso, la armonía surge ante el reto de la vida y la respuesta del ser humano. No habiendo comprensión se origina fricción y conflicto.
El estado en el que se encuentra el mundo demuestra a las claras que la ley de la vida no ha sido comprendida.
¿Dónde está la falla? ¿Es posible o no vivir en armonía, en inteligencia? ¿O estamos condenados irremediablemente a la tragedia humana? Siendo la vida siempre nueva, ésta exige una respuesta en el mismo nivel.
A poco que observemos, se notará de inmediato que nuestra respuesta nunca -o casi nunca- es nueva. Siempre estamos envueltos en temores o preocupaciones, y nuestra mente no responde al momento nuevo que está viviendo ahora sino que nos evadimos continuamente (podemos enfocar la atención ahora mismo hacia el cerebro y comprobar este hecho).
Buscamos disolver esos temores y problemas, tratando de lograr una seguridad continua y permanente. Y así, casi ni nos percatamos del reto nuevo. La belleza de cualquier detalle -un atardecer o la más simple flor- pasa ya casi inadvertida. Nos hemos enfrascado en ese continuo esfuerzo de la búsqueda de la seguridad y, paradójicamente, los problemas personales, generales o mundiales, no sólo no se resuelven, sino que aumentan más y más. Lo cual revela que ese esfuerzo no es la respuesta adecuada; es ilusoria, despierta esperanzas y polémicas, pero no aporta ninguna solución.
Según lo ha puesto Krishnamurti, este esfuerzo tiene lugar, obviamente, en el cerebro o, para ser más precisos, en la memoria. Y la memoria es el conocimiento acumulado de cosas pasadas. La memoria es el pasado. No puede responder entonces en el mismo nivel a la vida, a la belleza o al amor, que son tan novedosos. Lo nuevo está fuera de los límites de la memoria.
Nuestra falla y conflicto con la vida se origina en este desencuentro. ¿Por qué respondemos entonces con el pasado? Si la vida -lo vemos en cualquier detalle de la Naturaleza- es tan pletórica y hermosa ¿por qué respondemos con limitación, estrechez, mezquindad, prejuicios o temor y creamos miseria con la respuesta inadecuada?

La supervivencia de todo organismo requiere y produce un registro que -sin estar reñido con la ley general- forma, con la compilación de datos de cosas pasadas y ya conocidas, un "depósito" al que denominamos "memoria". Sin ella no se podría sobrevivir. Su función -basándose, justamente, en re-conocer lo ya conocido- obtiene la seguridad del organismo, pues parte de facilitar las tareas de la existencia, elude (como misión principal) toda forma de peligro y resguarda así la vida. Misión de computación y vigilancia que cumple maravillosamente.
En principio parecía una contradicción: mientras la vida es in-seguridad, novedad, transformación, la memoria exige y busca seguridad continua o permanente.
Pero está a la vista que aquí la excepción ha sido hecha para la parte física, material u orgánica, donde es perfectamente normal y sano que haya seguridad y se puedan -mediante la memoria- re-conocer las cosas. No hay otra forma de poder eludir el peligro; en este área no se encuentra el nudo de la cuestión. La memoria busca y obtiene la seguridad aunque transitoria, también con las necesidades del organismo, pero no puede producir seguridad como continuidad, perpetuidad o permanencia, sencillamente porque la continuidad no existe. Ya hemos visto que nada es igual de un instante a otro. Todo es cambio, renovación y transformación. No hay seguridad como continuidad, como algo siempre igual. La continuidad es algo totalmente irreal e ilusorio.

Un punto, un espacio. Día, noche. Verano, invierno. La clave de la renovación de toda forma de energía, parece basarse en la interrupción, muerte "o descanso". Un latido, un silencio… un silencio… y un mensaje que, habla de "algo"…
Si una carrera o trabajo no tuviera descansos o interrupciones, sobrevendría la muerte por agotamiento físico, por no dar lugar a la necesaria renovación o reposición de energías. El milagro de la vida se basa en su constante renovación.
Aparte, siempre estamos recibiendo nuevas energías, por radiación, alimentación, aire, sol, ondas, etc. esta energía, al no desgastarse o despilfarrarse, puede ir acumulándose y luego irrumpe pletórica, rica, fresca.
Por eso es natural que la memoria trabaje bien, aportando sus datos en el momento necesario, con su sana emisión de imágenes, recuerdos o pensamientos. Pero es natural también que luego de ello la emisión termine y la memoria descanse.

La memoria registra o graba. Pero no comprende. No se comprende en el pasado. La comprensión, el "darse cuenta" o percepción de la verdad tiene lugar en el ahora, en la comunión psicológica o estado de atención, quietud, humildad, descanso o silencio mental espontáneo, fuera de sus -o nuestros- límites, o sea, en el hondo momento de la "muerte" psicológica, cuando no somos nada ni nadie y se establece la extraña armonía entre mente y corazón.
Sucede a menudo. Cuando queremos comprender algo, la mente se silencia. Y esa quietud, despierto descanso o "muerte" psicológica, es como un lago o espejo sin ninguna turbulencia que empañe su nítida percepción. En general, en nuestra mente, la agitación se refleja por las preocupaciones o recuerdos del pasado, que se interponen o interfieren como un velo de niebla o la nítida percepción del instante nuevo. Pero en la atención o despierto descanso, la mente, al enfocar lo nuevo, se ha soltado del pasado y se ha vuelto ella misma nueva y transparente. De ahí que, en esa nitidez, el reto también nuevo, pueda reflejarse a igual nivel hasta en sus más íntimos detalles, tanto internos como externos, y reto y respuesta son uno, una unidad psicológica.
Una persona en observación, externamente parece la misma, pero en lo psicológico ha muerto para el pasado y está en constante comunión, transfiguración y renovación. El ahora libera su potencia o pasión.
Y naturalmente en ese convivir con el hecho en una unidad, comunión o transformación tan completos, hay un des-cubrir el misterio o secreto del hecho nuevo y ahí -y sólo ahí- surge una vivencia honda o comprensión de ese hecho; o sea, la percepción de lo invisible, de lo que está "muy dentro" "detrás" o "más allá" de la presencia física del mismo hecho; ahí, se percibe la esencia, esa energía de pasión o amor que anima la vida y que sólo se capta en el mismo nivel, cuando uno mismo, psicológica y apasionadamente, a muerto para sí, para el pasado y para cualquier otra forma de reconocerse.

Continua nota II

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