Revista Digital de El Quinto Hombre

 
Cusco, Perú, 8 de abril de 2012
Una montaña, un hermano inca, un libro y muchas lágrimas.



Aquí estoy. Un poco sorprendido por lo ocurrido ayer (sábado 7 abirl 2012), en Pisac, lugar sagrado de la cultura incaica e incluso preincaica. El día anterior, Fabio Zerpa me había dicho:  “Mañana es tu día”. No le pregunté por qué. Por lo charlado en las reuniones grupales, supuse que él la tendría clara…

Lo cierto es que el viaje de ayer incluyó una meditación y ceremonia en un pequeño cuadrilátero con restos de piedra de un templo pre incaico. En medio de las montañas de miles de metros de altura. Con mucha tierra, mucho aire y vegetación.

La ceremonia fue conducida por Mila, una tierna y dulce indiecita inca del lugar. Una personita que vende amor. O mejor dicho lo regala, porque serían incapaces de vender lo que surge de adentro. Y además de regalarlo, lo trasmiten de una manera muy especial.

El eje de la ceremonia consistía en una ofrenda a la Pachamama. Devolverle a la tierra lo que tantos nos da. Dos horas de duración. Una paciencia impresionante. Entregan a cada uno del grupo tres hojas de coca. Hay que tenerlas en la mano hasta que le toque a cada uno pasar al “oratorio” improvisado allí, tras haber pedido los deseos más importantes. Ella habla al principio para explicar con mucha paciencia pero después todo es emocional. Mueren las palabras. No hacen falta.

Descubrí enseguida, que muchos compañeros del grupo después de la ofrenda se emocionaban y lloraban. Y yo me dije a mí mismo: “Qué cosa, yo no voy a poder llorar, como me ha ocurrido en otros casos similares de meditación y encuentros afines, en que todos lloraban en algún momento, menos yo”.

Pero esto fue muy distinto. En los deseos, yo había pedido por la gente que quiero, por la familia, pero también por todos, casi por la humanidad. Y por mis bronquios algo ajados por el asma desde la primera infancia. Por el próximo libro de historia de Tandil y por tratar de encontrar la manera de pasar menos tiempo frente a la computadora allá en Tandil. Si bien todo lo que hago lo realizo con mucha pasión, estaría muy bien descansar un poco más.

Miré al cielo, observé las ruinas fantásticas y pensé en el trabajo de los incas que formaron un imperio impresionante de arquitectura, sabiduría y religión. Pensé en las miserias del ser humano en todos los tiempos, ya que aquí, estas construcciones han sufrido destrucciones parciales, no por el efecto de la erosión o los terremotos. No, porque ellos sabían cómo construir para que con cada terremoto se fortalezca más todavía cada construcción. Pero cuando llegaron los españoles, además de robarles el oro y la plata fueron destruyendo muchas de esas construcciones para construir templos católicos, y para usarlos como cimientos de las casas que hacían. Y con eso querían significar que estaban dispuestos a pisotear la cultura inca. Todo en “nombre de Dios”.

Pero pensé, fundamentalmente, en cómo había llegado yo allí, ya que un viaje al Perú y al Machu Picchu lo tenía pensado, pero sin idea de fecha. Y con tanta agenda para este año con el trabajo en mi ciudad y con futuros viajes por presentaciones del libro, de ninguna manera lo hubiera programado para este 2012. Lo hice por haberme encontrado con Fabio Zerpa, el gran maestro que ha sido declarado “Ciudadano ilustre del Cusco”.  Lo encontré en la Academia Nacional del Tango, gracias al libro sobre el tango de tierra adentro que publiqué en agosto pasado.

Pensé mucho en ello, en esa pasión que a veces ponemos por una tarea determinada. Y sabido es que la pasión no puede ser definida ni tampoco medida, porque proviene de las intimidades del alma.

Pocos entienden cómo es posible  dedicar miles de horas a un trabajo como este libro, muy costoso por muchos motivos, sabiendo de antemano que no va a ser algo para ganar dinero sino para perder. Y la cultura capitalista no está preparada para esto último.

Me convencí, pues, que hacer esto, sin obligación alguna, es algo místico también, porque es un mandato que no viene de ningún jefe, ninguna universidad u otra institución. Es un mandato que procede de uno mismo. Y como tal, no sabemos por qué llega. Es casi un mandato divino.

Los incas colocaron en algunos edificios y construcciones hidráulicas, piedras enormes e inmensamente pesadas. No es sencillo explicar cómo hicieron para llevarlas a grandes alturas, sin grúas ni nada. Aquí en el Cusco quienes intentan alguna explicación, simplemente dicen que pudieron hacerlo gracias al amor, además de la inteligencia y otras grandes virtudes de aquel pueblo. Porque (y acá viene lo importante) a ellos no los obligó nadie a hacer esos trabajos. No fueron arrastrados por la esclavitud como ocurrió por las mismas viejas épocas en otras partes, en que esclavizaban personas para obligarlas a hacer esos trabajos tan pesados. Y entonces todo es distinto.

Pensé en el libro y su mística, que es, me parece, una religión de alguna manera. Salvando las distancias, asocié aquella gran obra y este humilde libro como “vidas paralelas”.
Asocié muchas otras cosas, y cómo se van entrelazando. Me acordé de la Piedra Movediza del Tandil, que es la Virgen Madre de estos pagos. Mucho tiempo atrás, otros pueblos originarios la veneraron como corresponde.

Con todo ello, descubrí tempranamente que se me bajaban las lágrimas mientras observaba a cada compañero/a que se arrimaba a hacer su ofrenda frente a la peruanita Mila. A mí me tocaría, por la ubicación en la rueda, entre los últimos. Llegado el momento, deposité las tres hojitas de coca. Luego había que echar agüita tres veces sobre una plantita puesta allí. Y un par de ofrendas más.

Cuando me tocó incorporarme, fui hasta donde estaba el maestro Fabio, que permanecía de pie junto a una de las paredes de ese lugar sagrado y de tantos siglos. Y me desplomé llorando. Había estado conteniendo el llanto y en ese momento sentí que no podía parar. Un llanto fuerte, sin vergüenza ninguna. Fue algo maravilloso, difícil de describir, porque hay que vivirlo intensa y personalmente. Es algo que está muy en el interior nuestro.

También sé que restan unas cuantas experiencias más en los próximos días, incluyendo al mítico espacio inca del Machu Picchu como “frutilla del postre” de esta mágica aventura.

(*) Dipaola es escritor de la ciudad de Tandil. Es uno de los integrantes del grupo que viajó al Cusco con la delegación guiada por Fabio Zerpa y Adriana Ferreyra en abril de 2012. El texto que publicamos, fue enviado por el autor a sus familiares e íntimos.

 

 

Por Néstor Dipaola