|  | Revista Digital de El Quinto Hombre
                
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                  |  EXCLUSIVO PARA EL QUINTO HOMBRE |  |  
                  | LA CIUDAD MÁS HERMÉTICA DEL CONO SUR |  
                  |  |    Los Conquistadores arribaron  a lo que creían era una tierra virgen, una  vasta extensión repleta de misterios y nuevas sensaciones por experimentar.Las naciones fuertes del Viejo Continente pretendían expandir sus garras  sobre este nuevo mundo, a fin de  succionar todos los recursos posibles; mientras que los Pueblos Originarios,  los indígenas autóctonos, veían con tristeza el fin de una era y el comienzo de  otra.
 Más allá de las luchas que se produjeron con el correr de los siglos, de  la bravía de muchos caciques y etnias por defender su legado, su memoria  presente y también futura, en algunas ocasiones utilizaron un arma muy especial: la de crear sitios  donde existía en abundancia oro y otras piedras preciosas.
 
 
 Así brotaron de los labios de los indígenas relatos de lugares  escondidos en la selva o el bosque, donde el oro pretendido, añorado y deseado,  existía en grandes cantidades. Un ejemplo acabado de este fue la mítica El  Dorado, ubicada (en teoría) en la zona central de Nueva Granada, actual  territorio de Colombia. En vano fue buscada por los ambiciosos. El mito crecía año tras año,  engrandecido por los relatos orales. De nada servían los fracasos y los  regresos, sin la gloria ni el anhelado metal, de cientos de buscadores. La  fantasía, en la mente de los más retorcidos Conquistadores, persistía. Rumores  de un supuesto Rey de Oro, poseedor  de riquezas invaluables, agregaban tensión a la afiebrada imaginación de los  europeos.
 El investigador francés Serge  Hutin, en su tratado “Les  Civilizations Inconnues” (Las civilizaciones desconocidas, 1962) comenta al  respecto: “… las tradiciones de El  Dorado, el reino del Hombre Dorado, están todavía extendidas actualmente:  periódicamente, los periódicos nos informan de la marcha de intrépidos  exploradores o de aventureros hacia la conquista de esta selva misteriosa,  generalmente localizada en la región amazónica todavía sin explorar: en esa  región misteriosa de grandes edificios abandonados, pueblos desconocidos que  habitan la parte inexplorada del Mato Grosso es donde habría desaparecido el  célebre coronel Fawcett. Pero El Dorado,  reino de un legendario rey barbudo llamado Tatarrax, había sido primeramente situado por los conquistadores en Quivira, en  los límites de California.” A continuación, Hutin expone otro  caso: “Vázquez de Coronado esperaba poder  llegar a descubrir así el fabuloso reino cristiano del Preste Juan en esa región de Cibola, a unas 400 leguas  al norte de México. Durante la expedición, se había de descubrir algo muy  curioso, aunque de origen diametralmente opuesto: unos restos de los Navíos  del Catay, es decir juncos chinos… La  expedición de Francisco Vázquez de Coronado emprendida a través del desierto  californiano para ir a descubrir el fabuloso El Dorado en la mítica región de las Siete ciudades de Cibola, no había de ser la única (…) En la época contemporánea, lo que domina son  las localizaciones sudamericanas de El Dorado: en el Paraguay (leyenda de las tres Ciudades de los Césares)…” (op.  cit.) 
   El origen del mito de la “Ciudad de  los Césares” comienza con la expedición de Sebastián Caboto, quien partió de  Sevilla, España, el 3 de Abril de 1526, al mando de tres naves. El viaje fue  bastante accidentado, lo que obligó a una estadía en la isla de Santa Catalina,  próxima a las costas del Brasil, para luego retomar la travesía hasta alcanzar  el Río de la Plata. Al término de la construcción del  fuerte Sancti Spiritus, Caboto recibió un pedido de uno de sus jefes de mayor  confianza: Francisco César. Éste solicitaba permiso para explorar el territorio  en busca de tierras ricas en minerales. La relación de lealtad que existía  entre ambos facilitó la aceptación del pedido. Fue así como, acompañado por un  puñado de valientes, el capitán César se internó en la tierra indómita.
 Al cabo de un tiempo, el capitán regresó con una fabulosa noticia: había  encontrado una gran ciudad, repleta de plata y oro. Esta fue la chispa que encendió  la avidez no sólo de sus compañeros sino de otros cientos de hombres que  buscarían este mítico lugar.
 El escritor Ricardo E. Latcham nos  explica: “El viaje de César no puede  haber durado más de dos meses y medio, hallándose de regreso al fuerte en  febrero de 1529. (…) Se ignora por  dónde anduvo César y respecto de lo que contaron de su viaje, sólo consta por  los documentos que «dijeron haber visto grandes riquezas de oro y plata  y piedras preciosas». Siendo exacto este hecho «es necesario suponer que  alcanzaron hasta dentro de los límites del imperio de los Incas, atravesando  toda la pampa». Estos son los únicos hechos referentes a la expedición de  César, comprobados por los documentos”. (1929)Para  Latcham, el capitán y sus hombres (a razón de recorrer a pie unas cinco leguas  al día) realizaron un viaje en línea recta desde el fuerte –emplazado cerca del  Río Paraná– hasta llegar, cien leguas más tarde, a la Sierra de Córdoba. Para  el escritor las tribus presentes en esta zona eran las únicas que podían  concebir objetos de plata y oro, gracias a la instrucción recibida por los  Incas.
 Pero  no fue sólo el relato del capitán de confianza de Caboto lo que aportó la materia  prima de la cual nacería la futura leyenda de esta “Ciudad Encantada”, como  también la denominaron. La expedición de Diego de Almagro a Chile en 1535  informó sobre la supuesta migración de los “Césares”, incas derrotados por los  indígenas autóctonos chilenos, hacia el área sur. Posteriormente, en 1563, dos  tripulantes de la naufragada flota de don Gutierre Vargas de Carvajal, obispo  de Placencia, reaparecieron e informaron que se habían instalado en una zona  austral donde existía el inca y sus tesoros.  Con  el paso de las décadas el afán de los conquistadores y exploradores no se  detuvo. Para ellos encontrar la “Ciudad de los Césares” se había convertido en  una misión; penetrar los arcanos de la Ciudad Errante ó Elelín, otros de los  apodos que se fue ganando, para acceder a su fortuna y gnosis.Los autores Patricio  Estellé y Ricardo Couyoudmdjian, del Instituto de Historia  de la Universidad Católica de Chile exponen:  “En el siglo XVIII la Ciudad de los  Césares se había transformado casi en un asunto de carácter administrativo, a  la vez que sus fundamentos habían variado (…) Donde antes se suponía que eran sobrevivientes de la expedición de  Argüello y otros, ahora se consideraba habitado por los antiguos pobladores de  Osorno, o, como advertía Orejuela, por enemigos ingleses y holandeses. Por otro  lado, un espíritu crítico cada vez más agudo sepultó la leyenda, transformada  ahora en fábula maravillosa capaz de contener la más fecunda de las  imaginaciones”. (1968)
 
 Para el hombre es difícil enterrar sus mitos, ya que  forman parte de la historia psíquica de la especie. Se los puede negar, refutar  e incluso demostrar científicamente que carecen de una base fidedigna, pero  jamás terminan de perecer. Mutan. Cambian. Se ajustan. En palabras de Francisco  Cavada: “Es ésta una ciudad encantada, no  dada a ningún viajero descubrirla, aun cuando la ande pisando, ya que una  espesa niebla se interpone entre ella y el viajero y la corriente de los ríos  que la bañan refluyen para alejar las embarcaciones que se aproximan demasiado  a ella. Sólo al fin del mundo, la ciudad se hará visible para convencer a los  incrédulos de su existencia.”  (1914)A  continuación, el autor describe la composición arquitectónica de la ciudadela  maravillosa: “El pavimento es de plata y  oro macizo, una gran cruz de oro corona la torre de la iglesia y la campana que  ésta posee es de tales dimensiones que debajo de ella pueden instalarse  cómodamente dos mesas de zapatería con todos sus útiles y herramientas. Si esta  campana llegara a tocarse su tañido se oiría en el mundo entero” (op. cit.)
 Por  su parte el sociólogo y antropólogo, Prof.  Dr. Guillermo Alfredo Terrera manifiesta  con tenacidad: “La Ciudad de los Césares,  lo sabemos con todo fundamento, existe o existió a cuarenta leguas al suroeste  de Salinas Grandes, donde han visto sus ruinas los primitivos pobladores  indígenas y todos los viajeros y las expediciones que comprobaron la exactitud  de sus multiplicados montes de frutales que a través de los siglos o los  milenios, formaron impenetrables bosques de abundante comida.“El propio sacerdote jesuita Tomás Falker, en  1760, hace la descripción real y positiva de sus misteriosas riquezas y tienen,  explica el investigador, en la parte sur de la ciudad, como a unas dos leguas,  el mar vecino que no es otro que la enorme laguna de Urrulauquén, de donde se  proveen de exquisito pescado y mariscos, para el mantenimiento de todo el  invierno” (1989)
  Real  o no, física o metafísica, la “Ciudad de los Césares” continúa hoy en día  siendo un terreno fértil para la imaginación de los hombres y mujeres, no sólo  del Cono Sur, sino del mundo entero.La  tentación de hallar lo que nadie pudo, sumado a la religiosidad que rodea a  esta urbe (al igual que la búsqueda del Vaso Sagrado, o Santo Grial, en el área  patagónica) atrae a cientos de curiosos.
 Tal  vez en los venideros tiempos del Apocalipsis, la Ciudad abandone la bruma que  la protege de los curiosos, para ofrecer la Salvación o la Destrucción final de  la humanidad.
 
 
 
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