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        Revista Digital de El Quinto Hombre
 
          
             
              
                
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                                      UNA EXPERIENCIA SINGULAR EN EL CERRO URITORCO 
                     
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                  Por EDGARDO CAMARERO 
                    MAESTRO - ESCRITOR - ALUMNO DE NUESTRO CURSO DE OVNILOGIA 
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              Desde niño,  siempre tuve gran "admiración" o "curiosidad" por los  diversos fenómenos paranormales que son muy comunes en nuestro mundo. Pero mi  gran "pasión", por decirlo de alguna manera, fue, son y serán los  ovnis. Desde pequeño siento que no pertenezco a este planeta. Yo sé que vengo  de otro mundo. De hecho, todos venimos de otro planeta. Pero a mí no me lo dijo  nadie, sino que siempre lo supe. Ahora, no sé de qué planeta ni de qué galaxia  seré.  Pero no pertenezco a La  Tierra.   
                 
Tal fue así siempre mi interés por saber  de dónde vengo, que a la edad de once años le pedí a mi padre que me lleve de  vacaciones a Capilla del Monte, porque quería conocer el Cerro Uritorco y  meterme en la ciudad de ERKS. Y, si... fantasías de un niño acorde con la edad. 
 
Así que con toda  la voluntad del mundo y para cumplir uno de mis tantos sueños, mi padre, ese  verano, organizó todo para ir de vacaciones a ese lugar mágico, lugar de  ensueño que sólo el que ve con el corazón, puede apreciar las maravillas que  nos presenta... Y disfrutarlas con total plenitud. 
 
Fuimos a Los  Terrones, al Zapato y a muchos otros sitios turísticos de aquella legendaria  provincia... Y por fin, subimos el Uritorco.  
 
          
 
Habíamos ido con  una familia vecina -muy amiga nuestra- de José C. Paz. Mis padres, en aquella  época, fumaban muchísimo. Por lo tanto, subían el cerro a paso de tortuga. Como  no quise seguir su ritmo, subí con mis vecinos y ellos se quedaron atrás.  Nosotros ya estábamos llegando a la cima, cuando voy a contar lo que relataron  mis padres esa tarde, entre los mates posteriores a la siesta. 
 
En uno de los descansos, se pararon a tomar  un poco de agua y a observar el paisaje. Mi mamá, como es de hablar con  cualquier persona que se le cruce por su camino (lengua floja, le digo yo),  comenzó a entablar una conversación con un hombre muy alto, de pelo corto color  castaño claro, tez muy blanca y ojos bien celestes. Tenía un buzo color rojo y  un cuerpo bastante robusto, aunque flaco. El pantalón no se lo veía ya que  estaba sentado en el precipicio. Fue por eso que mi madre se le acercó y le  preguntó: 
 
-¿Qué hace ahí? ¿No le da miedo estar sentado así? 
 
-No- contestó el hombre, sosteniendo una cámara de fotos que tenía  colgada a su cuello. -Ya estoy acostumbrado a estar así. Siempre vengo a este  lugar y nada me da miedo. Conozco el cerro de memoria.-  
 
Mi padre, que no  estaba prestando atención a la conversación, le dijo a su esposa que se rendía.  Que volvería al principio porque no podía respirar más y estaba muy cansado.  
 
El fotógrafo,  desde su lugar, se dio vuelta y le comentó a mi padre que no lo haga. Que no se  rinda y que lea un cartel que había pintado en una pared del cerro, con aerosol  negro. El mismo decía "Respire profundo y siga". Mi mamá lo hizo y  sintió correr por su cuerpo una energía, una "electricidad" que iba  desde su nariz, pasaba por sus pulmones y se metía por todo el cuerpo por entre  las venas, hasta oxigenar el cerebro. Mi padre siempre fue muy escéptico y no  creía en estas cosas. Así que dijo:  
 
-Yo no leo nada.  Yo me voy.- 
                           
              -¡No, Pichi!- Lo  detuvo mi madre. -¡Yo me siento como nueva! ¡Siento que no subí absolutamente  nada! No me duelen ni las piernas. Intentalo que no vas a perder nada. 
                 
  Así fue que lo hizo, sintiendo la misma  sensación que su mujer... Y tampoco podía creerlo.  
   
  Se despidieron  del hombre que seguía sentado en el abismo y sacando fotos. Y nunca más se lo  cruzaron... Pero, para su sorpresa, antes de que ellos lleguen a la cima, a las  tres cruces que había antiguamente en la punta del cerro sagrado de los  Comechingones, el hombre estaba allí, sentado en la misma posición que tenía en  el descanso anterior.  
   
                Mis padres se percataron de esto, pero pensaron: "tal vez nos pasó  y no nos dimos cuenta. Raro, porque es un tipo muy grandote para no verlo y con  ese buzo rojo no pasa desapercibido." Pero se quedaron mirando el hermoso  paisaje que puede apreciarse desde allí arriba por unos minutos, y comenzaron  el descenso. El señor de pelo castaño continuaba allí sentado, contemplando el  abismo desde la cima del Cerro Uritorco. 
                 
  No podían creer  lo que sus ojos otra vez veían al llegar al pie del cerro, nuevamente. El  muchacho estaba allí, antes que ellos, como la vez anterior. Pero esta vez,  parado. Y en ningún momento, como la vez anterior, lo habían visto pasar. 
   
             
   
  -Vamos, Rosi.-  dijo mi padre, un poco asustado.- Mejor vamos a casa... No quiero pensar en que  ese flaco pueda ser un extraterrestre...- 
   
  La reflexión  de mi padre es muy valiosa ya que hay que tener en cuenta que él NUNCA CREYÓ en  nada y mucho menos en seres inteligentes de otros mundos viviendo en nuestro  planeta. Pero, por lo que contaba mi madre, se lo veía muy asustado y  convencido de que esto podría llegar a ser cierto.  
   
  Entonces...  ¿Se cruzaron mis padres con un extraterrestre en el Cerro Uritorco? La  respuesta a esa pregunta, sólo la sabe el muchacho del buzo rojo. 
   
                Esta historia es 100% real. El que la quiera creer, que la crea. Y el  que no... se la pierde.  
                Con amor... 
               
              
                
                  
                    Por EDGARDO CAMARERO 
                          MAESTRO – ESCRITOR – ALUMNO DE NUESTRO CURSO DE OVNILOGIA 
 
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